Canción de cuna
El volumen era normal, ni muy alto ni muy bajo. La música se imponía ante el silencio sepulcral que reinaba fuera de la habitación de Mario. El ritmo no era bueno, Clara no lo entendía. Ella pensaba en el sonido, en las ondas que tocaban sus oídos, mas no comprendía el mensaje de los labios de su compañero.
Mario, algo decepcionado, abría sus ojos de vez en cuando para buscar un “te quiero”, algo que lo obligue a continuar. Al no encontrar absolutamente nada, optó por seguir con su juego de caricias intranquilas y comenzó a alejarse. Clara lo seguía, sin abrir los ojos. Lo seguía por esa cadena que une dos bocas que no quieren separarse. Lo seguía y esperaba que él diga algo así como “te quiero, no te vayas nunca”, pero todavía nada.
En ese largo segundo que duró todo esto, el joven muchacho se imaginaba el relato a sus amigos. Toda la noche de un día feliz. Las palabras faltarían para describirlo. Sin embargo mordía los labios de su amiga sin ocuparse de lo que pasaba en el mundo exterior.
Ella, por su lado, buscaba una excusa para salir de allí, para escapar a esto que sería su fin, o su debut. No estaba segura. No quería ya nada. Ni siquiera quería irse.
Ella, por su lado, buscaba una excusa para salir de allí, para escapar a esto que sería su fin, o su debut. No estaba segura. No quería ya nada. Ni siquiera quería irse.
- Algo, dijo ella terminando con el momento de una vez por todas. No me gusta el ritmo de esta canción.
Se levantaron, dispuestos a no juzgarse, a no calificar lo que habían hecho y lo que no.Se abrazaron.
Mario estaba agobiado por el peso del aire y de la historia.
Clara estaba agotada por el peso de Mario sobre ella.
Clara estaba agotada por el peso de Mario sobre ella.
La vida no es fácil, y así lo entendieron los dos cuasi amantes de esa cálida noche de invierno. Nada es así de simple.
Hasta ese momento habían tenido cierto recelo el uno del otro. Hoy, nada. Su relación había tomado otro rumbo. No eran ya tan sólo amigos. Peor algo más. Ya no eran nada.
Las dudas los atacaron mientras las manos de Mario exploraban un poco más allá de lo convencional.
Las dudas los atacaron mientras las manos de Mario exploraban un poco más allá de lo convencional.
Clara, emocionada, no le dejaba ir más lejos. A pesar de ella.
No se podía acabar así sin más. Tenían que dar otro paso hacia la eternidad.
Sin embargo, todo había terminado. Los roces, los besos, todo eso era simplemente un cuento que nacía, una página simple y lejana en la larga y grande historia de una vida.
No se podía acabar así sin más. Tenían que dar otro paso hacia la eternidad.
Sin embargo, todo había terminado. Los roces, los besos, todo eso era simplemente un cuento que nacía, una página simple y lejana en la larga y grande historia de una vida.
La conciencia engaña. En realidad, nada es completamente cierto.
Más tarde, Mario realizaría que no hubo nada ahí. Esa fuerza, esa profunda melodía quedaría para el olvido. Talvez para el recuerdo o el insomnio. Nadie lo sabe.
Más tarde, Mario realizaría que no hubo nada ahí. Esa fuerza, esa profunda melodía quedaría para el olvido. Talvez para el recuerdo o el insomnio. Nadie lo sabe.
Sin testigos, Clara quería soltar las amarras del barco.
Mario, quien eventualmente haría las veces de capitán, no vaciló al contener sus instintos a causa del riesgo de naufragio. Por tanto, echó el ancla y se separó lentamente. Entonces se dio cuenta de que toda esta tan vivificante experiencia no tenía ni pies ni cabeza. Era precisamente la incoherencia que emanaba la que la hacía interesante.
Mario, quien eventualmente haría las veces de capitán, no vaciló al contener sus instintos a causa del riesgo de naufragio. Por tanto, echó el ancla y se separó lentamente. Entonces se dio cuenta de que toda esta tan vivificante experiencia no tenía ni pies ni cabeza. Era precisamente la incoherencia que emanaba la que la hacía interesante.
Clara, como el agua, fluía por la mente de Mario. Este, sin embargo, no esperaba más que la hora límite, el momento mágico en que ella decidiría emprender el largo viaje de vuelta a su casa.La música retumbaba en el cuarto. El volumen era cada vez más alto. La sensación absurda y comprensible de las bocas dependientes se desvanecía. El viento helado que la ventana dejaba pasar congelaba las malas y buenas intenciones. De repente los dos se tumbaron en la cama; no era nada más que una canción de cuna.
© 2000 Camilo Larrea Oña
© 2000 Camilo Larrea Oña
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